
Epícteto: Manual de Vida 35
La esencia de la fidelidad reside ante todo en sostener opiniones y actitudes correctas con respecto a lo absoluto. Recuerda que el orden divino es inteligente y fundamentalmente bueno. La vida no es una serie de episodios fortuitos y sin sentido, sino un todo ordenado y elegante que obedece a leyes en el fondo comprensibles. La voluntad divina existe y dirige el universo con justicia y bondad. Aunque no siempre lo parezca —si nos limitamos a ver la superficie de las cosas—, el universo en el que vivimos es el mejor universo posible. Toma la resolución de esperar justicia, bondad y orden, y se te irán revelando progresivamente en todos tus asuntos. Confía en que existe una inteligencia divina cuyas intenciones dirigen el universo. Haz que tu objetivo supremo sea gobernar tu vida de acuerdo con la voluntad del orden divino. Cuando te esfuerces en conformar tus intenciones y acciones al orden divino, no te sentirás acosado, indefenso, confundido o resentido ante las circunstancias de tu vida. Te sentirás fuerte, decidido y seguro. La fidelidad no es creencia a ciegas; consiste en practicar con constancia el principio de rehuir las cosas que no están bajo nuestro control, dejando que se resuelvan de acuerdo con el sistema natural de responsabilidades. Deja de intentar anticiparte o controlar los acontecimientos. Acéptalos, en cambio, con gracia e inteligencia. Es imposible mantenerse fiel a un propósito ordenado si tiendes a imaginarte que las cosas que escapan a tu poder son inherentemente buenas o malas. Cuando esto sucede, se establece sin más el hábito de culpar a los factores externos por nuestra suerte en la vida, y nos perdemos en una espiral negativa de envidia, discordia, disgusto, ira y reproche. Pues por naturaleza todas las criaturas rechazan las cosas que les harán daño y buscan y admiran las que parecen buenas y provechosas. El segundo aspecto de la fidelidad es la importancia de observar prudentemente las costumbres de nuestra familia, nuestro país y nuestra comunidad local. Participa en los rituales de tu comunidad con el corazón puro, sin avaricia ni extravagancia. Haciéndolo, te unes al orden espiritual de tu pueblo y favoreces las aspiraciones esenciales de la humanidad. La fidelidad es el antídoto de la amargura y la confusión y nos confiere la convicción de estar preparados para cualquier cosa que la voluntad divina nos destine. Debemos aspirar a ver el mundo como un todo integral, inclinar fielmente todo nuestro ser hacia el bien supremo y adoptar la voluntad de la naturaleza como si fuera la propia.